Rosaura Barahona / Correlones impunes

AutorRosaura Barahona

No sé cuántas veces he iniciado un artículo más o menos así: "Abrimos el periódico y, con más frecuencia de las nos gustaría, aparece la nota de un accidente automovilístico ocasionado por exceso de velocidad".

Para los regiomontanos es una noticia común y corriente. Tan común y corriente que si no fuera preocupante, la llamaríamos normal.

Estuve unos días en McAllen. Un dependiente al ver mi credencial de manejar, me preguntó: "¿Siguen manejando mal los regiomontanos". Le dije que sí y le pregunté cómo lo sabía.

Me contó que había trabajado en uno de los departamentos de tránsito de la zona conurbada y que le tocaba, precisamente, atender ese tipo de accidentes. "Nomás llegaba el fin de semana y temblábamos porque rara vez se iba limpio. Casi siempre eran uno o dos muertitos y, eso, si nos iba bien. Yo creo que en ningún lugar se maneja tan rápido como ahí".

Me quedé pensando en lo de la rapidez y debí reconocer que es cierto. Por razones de trabajo viajo con frecuencia a Chihuahua, Delicias, Torreón y Gómez Palacio. En ninguna de esas ciudades se maneja tan mal como aquí. En todos lados manejan con tranquilidad y llegan a su destino sin sobresaltos y a tiempo.

Los malos conductores locales no lo son por ignorancia del reglamento o incapacidad para seguirlo. Lo son porque se saben impunes y se pasan de vivos. La impunidad daña mucho a este país.

¿Por qué habrían de respetar los acomplejados correlones los límites de velocidad, las luces rojas o ámbar, las prohibiciones específicas o los estacionamientos para personas con problemas si no hay consecuencia alguna cuando dejan de hacerlo?

En Monterrey cuando alguien señala que desea cambiar de carril, el auto que viene a su lado en lugar de desacelerar para darle espacio, acelera para impedirle el paso.

Aquí llega a un crucero con cuatro señales de ALTO que indican: "Ceda el paso a un auto" y aquello en lugar de ser una confluencia civilizada y respetuosa se convierte en una contienda para ver quién se friega al otro. Arranca el auto delante del suyo y usted, en lugar de ceder el paso al que sigue, acelera para pasar junto a quien lo antecedió.

Aquí las intersecciones que deberían permitir a otros autos integrarse al flujo normal de carros, se convierten en tapones. Nadie cede el paso a quienes se deben integrar. De hecho, si alguno intenta hacerlo, le recuerdan a su mamá con el claxon.

Si lo duda, vaya durante una hora pico al puente de Félix U. Gómez y dé vuelta hacia el aeropuerto. Vea...

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