Rogelio Ríos Herrán/ La muerte en el alma

AutorRogelio Ríos Herrán

En los personajes de una de las novelas de la trilogía de Sartre, la que lleva el título de este editorial, el trasfondo de los dramas y fugaces felicidades que les acontecían era la inminencia de la guerra.

A punto de partir al frente, conscientes de la matanza que les aguardaba a quienes con su frágil carne encararían las poderosas balas y armas de la tecnología de la Segunda Guerra Mundial, había un desdoblamiento de las emociones de quien, oliendo la muerte cercana, pretendía acaso sin saberlo vivir el resto de su vida en el breve lapso antes de marchar al frente.

Los encuentros se precipitaban, los desencuentros se esfumaban en el aire ligero de la preguerra. La ansiedad de saber que el otro importaba en la vida personal, y de que ese otro lo supiera y tuviera conciencia de ello, hacía cometer actos inusitados a las personas en los sitios menos pensados.

Un maestro de la condición humana como Sartre exhibió las pasiones de cada individuo tan distante uno de otro, tan opuesto en creencias y modos de vida que sería imposible unirlos si no fuera por la vía de los grandes acontecimientos que traspasan a las existencias individuales: la guerra es uno de ellos.

En las últimas 48 horas que corrieron a partir del ultimátum del Presidente Bush a Hussein para que abandonara Iraq o iniciaran las hostilidades militares, la inminencia del conflicto bélico nos elevó más allá de nuestras pequeñas existencias para presentarnos la realidad inevitable de una amenaza común: la guerra.

No he podido dejar de pensar que, como en los personajes de Sartre, frente al inicio de las hostilidades en el campo de batalla y ante esa magnitud incontenible de lo bélico, nuestras pasiones corren el riesgo no sólo de desbordarse para intentar agotar todo aquello que no hemos amado u odiado antes de que sea demasiado tarde, todo lo que no hemos hecho, sino de volverse pasiones ridículamente pequeñas e insignificantes ante los acontecimientos mundiales, a menos de que se enlacen con las de nuestros prójimos y, junto a sus debilidades, recobremos la fuerza.

Es cierto que en nuestro jardín, lejos de Bagdad, no caerán bombas. Pero en el ánimo de cada quien pesará saber que otro conflicto bélico más ha iniciado en alguna parte del mundo y que, más grande e importante a los ojos de la opinión pública que cualquier otra guerra regional o local, es la posibilidad de vivir en paz de todos nosotros (vencedores y vencidos) la verdadera víctima de la guerra.

Es una grave distorsión...

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