Rincón sinaloense funda 'Macondo'

AutorMarcos Vizcarra

MÉXICO. En la entrada de Recoveco, en Sinaloa, está el panteón, en el centro la capilla y al final de la calle principal los depósitos de cerveza. Ese lugar escogió Cruz Hernández para leer a Gabriel García Márquez, Nobel de Literatura 1982.

"Fue en enero del 2007 cuando hablamos por primera vez. Fue por teléfono", dice Hernández.

Él ya lo había visto meses atrás, en noviembre del 2006, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, pero aquella vez quedó atónito con la multitud. No se atrevió a saludarlo.

Era García Márquez, una de las almas importantes de aquella fiesta en la que premiaron a Carlos Monsiváis. ¿Qué iba a saber de Cruz Hernández?, ¿recordará Recoveco?, ¿sabrá de los libros que mandó al pueblo?, pensó.

Todo empezó en el 2002 con una tertulia de estudiantes del Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario (CBTA) 133 de Recoveco, Municipio de Mocorito, pueblo en medio de un valle agrícola en el que se siembra maíz, se pasea el ganado y se vende gasolina clandestina.

El que nace en Recoveco tiene tres formas de vivir: trabajar en el campo, migrar a Culiacán o integrarse a las filas del narco.

Hernández es de Veracruz, pero llegó a ese lugar en 1985 porque quería vivir en algún pueblo cercano a una ciudad con escuela de veterinaria.

Pensó en Tamaulipas, sólo que Luis Solano, su amigo y fundador del CBTA 133, lo convenció de ir a Recoveco a dar clases. Estaba a 40 minutos de Culiacán, donde se graduaría como veterinario.

El Profe Cruz, como le dicen, ya era asiduo lector y enamorado del realismo mágico de García Márquez desde la secundaria, cuando leyó El coronel no tiene quien le escriba.

Vio la necesidad de compartir su gusto, porque quizás así nacería una nueva actividad que le compitiera a la baraja y a las pláticas sobre narcos.

"Un día me acerqué (a los alumnos del CBTA) y en broma les dije que hiciéramos una tertulia", recuerda.

Fueron 10 estudiantes, él moderó. Una flor amarilla se colocó en medio de la mesa, como si fuera el espíritu de García Márquez, jarras de agua y títulos como Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada y El amor en tiempos del cólera.

"Había que contárselo al maestro", pensó.

Habló a la Ciudad de México a la revista Proceso, donde escribía García Márquez. Contestó Ángel Sánchez, quien escuchó la historia.

"Le hablo de una zona rural, de una escuela de hijos de campesinos y ejidatarios, en la que comenzamos una tertulia...

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