Relatos del maguey

AutorCarmen González

Para encontrarse inmerso en paisajes de calma, el viajero debe mirar al oriente. No al lejano y exótico, allende las fronteras de México, sino al más próximo.

El destino es el Estado más pequeño de la República: Tlaxcala.

Pero antes de seguir, habría que recuperar la frase que invariablemente recitan los guías turísticos de la región: "lo que al Estado le falta en tamaño, le sobra en historia".

Uno de los relatos más fascinantes que guarda Tlaxcala lo puede contar el pulque, ya sea como elíxir sagrado de los dioses para los prehispánicos o como sustento de grandes fortunas.

A mediados del siglo 19 existieron aquí hasta 146 haciendas, entre agrícolas, ganaderas y pulqueras; sobre todo pulqueras.

Desde la época de la Colonia, el transporte de pulque hacia la Ciudad de México, su principal mercado, se hacía a través de arrieros por el antiguo Camino Real, que pasaba por Huamantla y otras regiones.

Ya para los siglos 17 y 18 se construyeron vías paralelas a esta arteria, como la que atravesaba Tlaxco, lo que contribuyó a popularizar la bebida.

Pero el verdadero auge de las haciendas pulqueras empezó en 1865 con la llegada del ferrocarril, que transportaba mucho en poco tiempo.

Los historiadores han documentado cómo la producción fue incrementando: en 1892 era de un millón 952 mil litros; para 1903 era de 5 millones 538 mil.

Pero las haciendas vieron morir lentamente su riqueza, al tiempo que el sabor del pulque se diluía en los paladares de los capitalinos, que poco a poco mudaron su gusto a otras bebidas.

Hoy, algunas de estas casonas aún pueden visitarse, ya sea como hoteles o como paradores. Tales son los casos de Santa María Xalostoc o Xochuca, que se recorren en ruta.

Pero los...

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