Rebanadas / Los encantos de Emilia...

AutorCony De Lantal

Tenía mucho tiempo de no ir al Emilia. ¡De lo que me estaba perdiendo! Cómo se ha perfeccionado este restaurante ubicado en las calles de Roble y Ricardo Margáin. Te juro que yo llegué a pensar cuando llegó aquí que estaba destinado a colgar el mandil, pero no, los Barrera, con trabajo y dedicación, y un poquito de lana, lo han sacado a flote y de qué manera.

Quedé tan prendida con el Emilia, que lo visité últimamente en dos ocasiones, ambas al mediodía. La primera fue en compañía de mi marido y la experiencia fue inolvidable. ¡Cuánto amor! ¡Qué detalles! Esa tarde experimenté el placer como pocas veces... Y aquí nada tuvo qué ver mi marido, a ése no le arrancas ni una mueca. Su única gracia es que de perdida paga la cuenta.

Quien verdaderamente seduce es ese nuevo chef que tienen. Con él descubres nuevas sensaciones. Ricardo Coghlan, argentino y buen mozo, te cautiva desde el primer roce en los labios... Me refiero obviamente al del tenedor. ¡Qué toque! Con esa calidad y sabor que le imprime a sus platillos, reafirmas que hay quienes sí saben complacer... no como otros que conozco.

Quedé encantada con la ensalada de espinaca baby, nuez, tocino frito y aderezo de nuez (de 65 pesos). Muy sabrosa. Y ni qué decir del tagliolini al cuitlacoche, que es una pasta artesana en salsa de ese hongo (80 pesos). Deliciosa. Presentada artísticamente, como todos sus platillos. Embebida en el verdor del cuitlacoche y servida bien caliente, cual debe de ser.

En esa primera visita me sorprendieron con su delicada lista de postres preparados, además de sus helados y nieves de frutas como mango, guayaba o melón, elaborados por ellos mismos.

Esa tarde mi marido pidió un tortino Emilia, un festín de chocolate, y yo disfruté de una nieve de mango súper bien presentada, bien adornadita. No quería ni meterle la cuchara.

El servicio también ha mejorado un chorratal. Te consienten a más no poder. Ahora sí denota excelencia, muy diferente a sus inicios.

No desaproveché la oportunidad de volver al Emilia, y con la barra de festejar el cumpleaños de una comadre, convencí a las amigas de comer ahí. Esta vez no pedimos ensalada, sino unos calamares fritos al centro. Ley de Murphy. Tanto les había ensalsado la cocina de este lugar, que nomás para hacerme quedar mal los calamares estaban bien desangelados. Desgraciadamente, el capeado estaba seco y duro.

Lo bueno fue que se sacaron la espina con los demás platillos. Mi filete de guachinango en salsa de arúgula y salteado...

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