DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Hoy hablaré de un pastor y de su perro. O, más bien dicho, de un perro y su pastor. Extrañará que alguien hable de pastores y de perros en un periódico moderno. En los periódicos modernos se habla sólo de cosas importantes, por ejemplo, el último escándalo de la actriz de moda en la televisión, o el golazo del Pichichito Máiquez, o como se llame el gran anotador. También se habla en ellos de cosas menos importantes: esa guerra en que murieron decenas de millares de hombres; aquella hambruna que causó la muerte de cientos de miles de niños... Sin embargo, nadie habla de perros y pastores. Si de ellos hablo hoy es porque no hallé otro tema mejor. Además lo que escribo cada día es tan irrelevante que igual puedo poner: "La inflación en enero aumentó el 4.8 por ciento" que alguna frase con pretensión de literaria: "Sé que hubo una rosa en mi vida por la espina que en el alma me dejó". Tanto lo de la rosa como lo de la inflación correrán la misma suerte: el olvido. Por eso escribo ahora acerca de un pastor y de su perro. El tema es tan bueno -o tan malo- como cualquier otro. Diré que el nombre del pastor es Layo. Posiblemente se llama Estanislao, pero le dicen Layo. No sé la edad que tiene. Tampoco él la sabe. De pláticas de viejos se puede colegir que anda por los 80 años. En el registro de la prisión se lee: "Layo N. Edad aprox. 80". El perro no tenía nombre. Digo "tenía" porque ya no es perro. O, en el mejor de los casos, es un perro sin vida, lo que equivale a no ser perro ya. Entonces lo que menos importa es que no haya tenido nombre. Si alguien le preguntaba a Layo cómo se llamaba su perro, él contestaba: "Perro". Jamás le hacía una caricia, y lo que le daba de comer se lo arrojaba sin siquiera verlo. Con un silbido lo hacía venir, y con algo que no era una palabra, sino un ruido gutural, le ordenaba que se fuera. El perro lo ayudaba a pastorear las chivas, pues Layo era viudo sin hijos. Todos decían que para eso no había perro como él. Recordaban la vez que una chiva parió en el monte, y el perro permaneció a su lado, sin importarle que el rebaño se dispersara, porque el coyote andaba cerca y había que cuidar a la pequeña cría. Cuando don Layo se enfermaba y no podía salir, el perro se llevaba a las chivas por la mañana y las traía de regreso...

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