Plaza Pública / Jueces y periodistas

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

En el antiguo régimen, pero no hace tanto tiempo que no vivan todavía testigos del episodio, los reporteros adscritos a "tribunales", como se denominaba entonces en las redacciones a la "fuente judicial", se impacientaban en la toma de posesión de un nuevo presidente de la Suprema Corte. De modo insincero, porque su recitación no correspondía a su práctica, el Ministro engolaba la voz en una larga perorata que pretendía ser un largo elogio a la justicia, con las consabidas citas de Ulpiano y Justo Sierra. Harto de la parrafada, tal vez porque conocía de sobra a quien la pronunciaba, con crudeza contraria a la urbanidad el decano de los periodistas interrumpió:

-Bueno, bueno, mi abogadazo. Todo eso está muy bien. Pero, de esto ¿qué?

Y mientras preguntaba, ilustraba su interrogación haciendo con la palma de la mano hacia arriba, extendido el pulgar, flexionado el índice, la señal que se refiere al dinero. Indagaba de ese modo cómo serían las relaciones del Poder Judicial, bajo su presidencia, con los periodistas. Quería saber a cuánto ascendería la paga ilegal que también allí, en el mismísimo templo de Temis, untaba la mano de los escribidores.

Porque en esa época la relación entre jueces y medios estaba con frecuencia regida por la venalidad. De hecho, con sus honrosas pero escasas excepciones, ambos sectores de la sociedad, la magistratura y el periodismo, se hallaban impregnados por la corrupción y la ineficacia, sin que fuera posible determinar cuál de ambas lacras era la causa y cuál el efecto. En la Ciudad de México, ambas formas del servicio público amén de compartir esos vicios, y ejercerlos en común, se movían en el mismo espacio urbano, la calle de Bucareli. Allí se alzaba el edificio que alojaba a los pocos juzgados federales, y allí mismo, o en sus inmediaciones, se encontraban las redacciones de los principales periódicos y revistas de la capital.

Por esa vecindad, no era infrecuente que reporteros y personal del juzgado, a veces los jueces mismos, coincidieran en las cantinas y cafés de esa breve comarca. Surgía así una familiaridad que era contraria al diáfano ejercicio profesional de una parte y otra. En connivencia con litigantes inescrupulosos, tercer vértice de ese triángulo adverso a la sociedad, mientras se jugaba al cubilete o al dominó, y también entre copa y copa, se fraguaban arreglos en que la justicia quedaba sumamente maltrecha, rotas y abandonadas su espada y su balanza.

No escandalizaba a nadie, porque el...

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