Plaza Pública / Futurismo

AutorMiguel Angel Granados Chapa

En el priato, futurismo era una mala palabra. Nada tenía que ver con tendencias artísticas vanguardistas, de anticipación. Practicarlo, en la esfera política, era un delito de lesa majestad. Tratar de dilucidar prematuramente quién sería el próximo Presidente era como pretender que se compartiera uno de los rasgos definitorios del poder presidencial, el de resolver la propia sucesión.

Oficiante principal, si no único, de ese rito, al Presidente le correspondía no sólo descifrar el misterio, correr el velo que ocultaba el porvenir, sino determinar cuándo debería conocerse su voluntad. Intentar inmiscuirse en ella, y peor aun forzarla, era socialmente (en la sociedad política priísta) incorrecto, repudiable y repudiado. En el mejor de los casos, los futuristas eran ociosos que perdían su tiempo escudriñando signos inescrutables. En el peor, eran malos mexicanos que mostraban, con su impaciencia por pasar al siguiente capítulo de la historia, su desacuerdo con la figura y la actuación presidencial. Y eso era insoportable, inadmisible, castigable.

Correspondiente a la prohibición del futurismo era la práctica del tapado. La conservación del poder presidencial hasta el último minuto exigía aplazar hasta ese instante extremo la revelación del escogido para la sucesión. Si se dejara entrever, con signos demasiado ostensibles, en quién recaería esa responsabilidad, a quién se dispensaría ese máximo favor, el poder se desplazaría hacia el señalado, imperceptible y aun abruptamente. Por eso había que evitarlo. Por eso había que impedir traer los días por venir al presente.

En aperturas simuladas, Echeverría encargó a su Secretario de Obras Públicas formular una lista de presidenciables. Le convenía incluir a López Portillo en ese elenco, porque era el menos conocido de todos en la clase política, y la sucesión debía ser sorprendente pero no desconcertante. De la Madrid formalizó el procedimiento, pero lo hizo risible al incluir en la lista de eventuales precandidatos a quienes era ridículo exhibir en ese trance. (Uno de ellos fue Ramón Aguirre, entonces gobernador de la Ciudad de México, que no pudo serlo de Guanajuato y pretende ahora renacer de sus cenizas. Es candidato a diputado federal por el primer distrito de su entidad natal, con cabecera en Dolores Hidalgo. Va confiado, porque hace tres años, con todo y efecto Fox, el PRI superó con casi 4 mil votos a la Alianza por el Cambio, con el añadido de que el versátil Partido Verde, que entonces...

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