Plaza Pública/ Ausencia presidencial

AutorMiguel Angel Granados Chapa

Convaleciente en el Hospital Central Militar, tras su operación de ayer, el Presidente Fox está plenamente en funciones. No ha requerido, como ninguno de sus antecesores en la historia contemporánea de México, solicitar licencia temporal para dejar de ejercerlas. No se halla ausente. Ni siquiera queda en esa situación, paradójicamente, cuando sale del país. A la distancia, ejerce sus atribuciones, es inequívoco titular de las mismas. Cuanto más ocurre así estando en la capital federal, donde el Jefe del Estado se recupera.

Aunque la Constitución de 1917 prevé las faltas temporales del Presidente, no hay mecanismo que las regule, y no se han producido nunca formalmente. El artículo 85 implica que las hay de dos clases, de menos y de más de 30 días. En el primer caso, que sería el de esta ocasión, si el Presidente hubiera solicitado autorización para ausentarse, no estando reunido el Congreso la Comisión Permanente haría la designación de un interino. Si la falta se prolongara por más de un mes, esa Comisión debería convocar al Congreso para que éste hiciera el nombramiento.

Pero eso no ha ocurrido nunca, y muchas circunstancias, entre ellas la sensatez, avalan el que así sea. Casos ha habido de largos periodos en que el Presidente no atiende de modo directo sus funciones, y no se estimó preciso reemplazarlo mediante la fórmula constitucional. El 5 de febrero de 1930, el mismo día en que tomó posesión, el Presidente Pascual Ortiz Rubio fue herido de un tiro en la mandíbula por un fanático. Sólo comenzó su desempeño veinticuatro días después, sin que tuviera necesidad de pedir licencia. Con cierto cinismo se diría que el verdadero mandón de entonces, el ex Presidente Calles estaba en el timón del Estado y por tal motivo no hizo falta echar a andar el mecanismo de suplencia.

Pero ya no había Jefe máximo, años más tarde, cuando el Presidente Echeverría rompió la marca de las ausencias presidenciales, sin que tampoco lo reemplazara un interino. El 8 de julio de 1975 emprendió un fatigoso -para todos los miembros de su comitiva, menos para él- recorrido por trece países, en que empleó 45 días, y que concluyó el 22 de agosto. Ni siquiera tuvo que hacer explícito que dejaba a alguno de sus colaboradores como responsable de los asuntos nacionales, como sí en cambio dijo su sucesor poco después. Cuando José López Portillo viajó en octubre de 1977, en la nueva etapa de las relaciones con España, quizá para halagar a sus anfitriones repasó el número de...

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