PERFILES E HISTORIAS / Estirpe de restauradores

AutorMaría Luisa Medellín

"A ver qué puedes hacer con esto", dice Francisco que le dijo su padre, colocando una tacita de porcelana rota para el té sobre un banco de trabajo de su taller de restauración.

Era la primera vez que le asignaba un trabajo tan especial. No recuerda a qué señora de familia de abolengo pertenecía, sólo que se trataba de un obsequio invaluable para ella por haberlo recibido de su abuela.

Entonces, Francisco Mejía Chávez era un adolescente, y aunque llevaba varios años de ayudante, sus labores se limitaban a la limpieza, al orden del lugar y a encargos que le resultaban sencillos, como lijar, pintar, tallar la madera.

Sin embargo, ante el reto, sujetó aquella taza, la pegó, en cuanto secó le quitó las grietas con pasta automotriz que pulió con distintas lijas, y con aerógrafo miniatura pintó el fondo de las áreas restauradas.

Con el mismo detalle le dio continuidad al diseño de flores, y concluyó con una capa de laca.

"Mi papá le llevó la tacita a la señora. Yo me quedé algo nervioso. Ella se puso muy contenta, le dijo que me felicitara, y corrió la voz entre sus amistades. Al poco tiempo empezaron a enviarme todo tipo de porcelanas y cerámicas antiguas, jarrones chinos de la dinastía Ming, platones y piezas de Lladró", narra emocionado Francisco, en el taller contiguo a su domicilio, en Ciudad Guadalupe.

Eso sucedió hace poco más de medio siglo, subraya el artesano, moreno, delgado y de cabello negro, mientras coloca con destreza unas delgadísimas tiras de madera en la parte posterior de un arcón antiquísimo, sobre el que repondrá decenas de diminutos fragmentos de concha nácar que se han desprendido al paso del tiempo.

Tomando la armazón de pasta de sus lentes, dice que su padre, Francisco Mejía López, quien falleció el 11 de mayo del 2000, se había iniciado en ese oficio mucho antes, en la década de los 30.

"Fuimos nueve hermanos, María Antonia, yo, Francisco Javier, Fernando, Alejandro, Sergio, Mario Alberto, Marco Antonio y Juan Paulo, y conforme crecimos nos integramos al taller. Éramos tantos que debíamos aportar a la casa, por eso estudié sólo hasta secundaria. Yo era el mayor de los hombres; los demás sí hicieron carrera profesional".

Juan Paulo, el menor, recuerda que el taller de su padre estaba en 15 de Mayo y Colegio Civil, donde restauraba camas y cunas antiguas, de bronce, fierro y latón, y arreglaba planchas de hierro, máquinas de coser.

"El taller era del señor Juan Guerra, y cuando se retiró, papá se quedó pagándole renta...

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