Opinión Invitada / Papá en tiempos de guerra

AutorOpinión Invitada

César Morado

A nosotros nos tocaron modelos patriarcales. Fueron los años 60 y 70, no había democracia en la familia, más bien dictablanda, a ratos dictadura. Nada, ni siquiera representación proporcional, los padres ponían los límites y cuando los pusimos a prueba pagamos la factura, comprobamos que el cinturón no sólo sostiene pantalones. La foto del patriarca presidía la sala. Nada escapaba al escrutinio de su mirada.

Las mayores tropelías eran cometidas en su ausencia: ¡ya verás cuando venga tu padre!, tiempo de bajar la guardia, diplomacia, negociación. No hubo -como enuncia el psicoterapeuta Morton Schatzman- un asesinato del alma en la familia autoritaria, por lo menos no en los términos tan radicales como los que explica en su libro. Ni nos traumamos ni huimos de la casa. Si acaso un rato a casa del tío favorito o el abuelo, para regresar con la cola entre las patas y asumir las consecuencias.

Ese techo de la casa paterna no terminaba en el hogar, se prolongaba en el barrio y llegaba hasta la escuela. La palabra aburrimiento no existía en el vocabulario y las vacaciones escolares -como las que ahora inician- eran paraíso para potenciar los mecanismos de sociabilidad que se producían en la cuadra.

Esa geografía afectiva de nuestro mundo vecinal se amplió el día que descubrimos la bicicleta y con ella la posibilidad de trasponer fronteras del territorio mediante el futbol. Los cursos de verano eran gratuitos, el más vago del rumbo como instructor, la calle como cancha, sin árbitro, ni empate, ni clembuterol, ni fueras de lugar. Pagamos acaso la pelota y los rasguños, la cooperacha para pagar vidrios que nunca rompimos, ¡ya sabe, apá, cómo es esa señora!

Un día nos despertamos extrañando el peso de la mirada autoritaria. Hubo que cargar un ataúd sobre los hombros. Vaya tarde aleccionadora, de una riqueza pedagógica más profunda que cualquier currículo universitario. Cuando quisimos reproducir en nuestros hijos las nalgadas aparecieron madres iracundas, jueces de barrio, vigilantes del DIF, celulares indiscretos, los sicarios ya habían reservado todos los métodos de tortura, y ahora ¿cómo haremos para domesticarlos? ¿Con qué los asustamos?

Hoy una nueva guerra nos asalta e impone a los padres nuevas responsabilidades. Si bien desde la época de las cavernas hemos cumplido el rol protector en la familia, en tiempos violentos implica altos niveles de estrés. Nunca como ahora el Estado...

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