Opinión Invitada / Ni uno más

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Celina Canales

Es lunes 18 de julio a las 13:30 horas. En la Colonia Bosques de Escobedo, Florencia Trejo Cruz, de 39 años, se despide de su hijo Miguel Ángel Alfaro Trejo, de 14 años.

Como todos los veranos, Miguel Ángel va de lunes a sábado a dormir a casa de su tío Horacio Alfaro para trabajar en su tienda de abarrotes. Gana lo suficiente para comprarse zapatos y ropa, un lujo que sus papás no le pueden proporcionar.

"Ya me voy mamá, me voy con mi tío".

"Ándale m'hijo, vete con bien".

Ésa fue la última vez que se vieron. Fallecido. Víctima inocente número 44 de este año en Nuevo León.

El martes 19 de julio alrededor de las 10 de la noche, Miguel Ángel, al darse cuenta de que había empacado poco, regresó a su casa por más ropa. Normalmente no estaría ahí. Su hermano de 18 años, Felipe de Jesús, lo invitó a jugar Xbox.

Sin embargo, el destino tenía otros planes. Decide mejor salir a jugar futbol con sus vecinos.

Viven en la calle Fidel Velázquez. Una vía ancha, de doble sentido, pavimentada e iluminada por cuatro postes. Pocos carros pasan. A falta de buenos parques, es perfecta para divertirse durante las noches calurosas de verano.

Son aproximadamente las 23:30 horas. Unos 10 niños pelotean un balón. Cuatro piedras sirven de porterías. Algunas mamás platican en las mecedoras del porche, todo el tiempo echándoles un ojo a sus hijos.

En instantes, la paz es interrumpida por una persecución de policías a pistoleros. Ráfagas de armas de alto poder retumban. Una lluvia de balas. Todos corren y se esconden donde pueden.

Mientras tanto, Florencia está en la ruta -ese ineficiente transporte público para la clase media baja hacia abajo-. Viene de regreso de su trabajo en la empresa Mattel, donde gana 700 pesos a la semana. Su horario es de 3 de la tarde a 11 de la noche. Le toca escuchar la balacera a lo lejos y detienen el camión.

Tiene miedo porque el 6 de mayo pasado fue herida por una granada que explotó en el techo de un transporte camino a su empleo. Aún tiene dos esquirlas dentro de su cuerpo que no pudieron ser removidas.

Poco se imaginaba que la violencia iba a tocarle el corazón por segunda ocasión.

Acabaron los disparos. Felipe de Jesús, viendo que su hermano no regresaba, salió corriendo a buscarlo.

"¡Ángel!, ¡carnal, carnal!".

Lo encontró tirado sobre el cemento de la entrada a la casa rosa pastel de una vecina. Estaba lleno de sangre. Le tocó el cuello para ver si tenía pulso. No respondía.

Miguel Ángel fue el único que no alcanzó a...

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