Myriam Vachez / ¿A dónde nos llevan?

AutorMyriam Vachez

Queridos lectores, estoy segura de que mucha gente en el mundo quisiera poder hacer algo verdaderamente eficaz para detener esta guerra -algo que obligara a Bush o a Hussein a parar- y se desespera por la impotencia...

Por eso hoy, honestamente, preferiría platicarles del buen uso del Champagne en momentos como éste, ¡esa champaña que, según Carlos Fuentes, los estadounidenses no van a poder dejar de consumir por mucho tiempo a pesar del rechazo a todo lo francés!

Pero, ven, el tema se vuelve a imponer por sí mismo y la situación internacional se está volviendo dramática en lo político, económico y lo social. El otro día leí en el diario español El País, un artículo de un profesor de sociología de la Universidad Complutense. Este señor daba muy buenos argumentos en defensa, sino de la legalidad de la guerra, sí de su moralidad.

Como principio, en teoría evidentemente, toda intervención para derrocar a un Gobierno tiránico debería ser moral: para eso se fundaron las Naciones Unidas, para eso se pensó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero luego uno ve la reacción del pueblo iraquí y de los musulmanes en general y se pregunta por qué esas personas no quieren ser "liberadas".

O por lo menos eso deben estarse preguntando con genuina perplejidad unos cuantos alrededor del Presidente de los Estados Unidos: nos habían prometido que esta guerra iba a ser un paseo; los "marines" liberadores, aclamados por poblaciones emocionadas, aventarían golosinas a los niños desde sus altos tanques; integrados a las divisiones, los reporteros cubrirían con imágenes el avance glorioso de la armada invencible.

Los humanitarios preparaban inmensas tiendas de campaña para recibir el flujo de los refugiados, que buscarían asilo mientras terminaran los últimos sobresaltos del régimen odiado. Y resulta que las tiendas están vacías y la gente regresa voluntariamente a Iraq para cerrar filas en torno al régimen opresor, en defensa del país. ¿Dónde estuvo el error?

Suponiendo pues que la única, o por lo menos la principal razón de esta guerra es la implantación de la democracia en Iraq (y vecinos -¡notemos por favor que a los vecinos, todos ellos regímenes muy poco democráticos, no les gusta nada la idea!-) y la eliminación de un señor que tiraniza a su pueblo, se puede seguir el razonamiento de la supremacía de la moral sobre la política y se concluye lo que nadie puede negar: que es mejor la democracia y la libertad que la dictadura y la esclavitud...

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