Muertes ficticias, dramas reales

AutorVirginia del Río

Hace unos días, un hacker divulgó el supuesto final de la última entrega de la saga de Harry Potter. Antes de la "revelación", los lectores especularon sobre el destino del mago adolescente, sus amigos, compañeros y rivales.

La misma autora, J.K. Rowling, alimentó estas suposiciones al revelar que dos personajes morirían.

Es probable que tras el lanzamiento del libro el panorama sea el siguiente: Lectores molestos porque su personaje favorito pasó a mejor vida, fanáticos en duelo y papás indignados con la autora por un final tan asesino.

Estas reacciones no son nuevas. Antes de que Potter apareciera en el universo editorial existieron otras criaturas ficticias cuyas vidas y muertes conmovieron a los lectores. Aquí van tres ejemplos de muertes literarias que provocaron dramas reales.

La pequeña Nell

En 1840, Charles Dickens firmó un contrato con la revista Master Humpries Clock. El autor se comprometió a entregar un capítulo semanal de su novela "La Tienda de Antigüedades".

De abril de ese año hasta enero de 1841, los lectores siguieron ávidamente las aventuras y desventuras de la protagonista: Nelly Trent.

"La Tienda de Antigüedades" es la historia de Nell y su abuelo, quien debido a su afición a los juegos de azar lo pierde todo, incluyendo el negocio del título. Por si lo anterior no fuera suficiente, el anciano toma dinero de un nefasto sujeto llamado Daniel Quilp.

Master Humpries Clock vendía 100 mil ejemplares semanales. Astutamente el editor decidió exportar una parte del tiraje a Estados Unidos, en donde Dickens contaba con numerosos aficionados.

El hambre, las preocupaciones y el asedio del implacable Quilp socavaron la salud de la pequeña Nell. Capítulo tras capítulo la protagonista se debilitaba. El domicilio de Dickens fue inundado con las cartas de ansiosos lectores que temían por la vida de la ficticia criatura.

Los estadounidenses compartían la angustia de los británicos. Cuando la novela se acercaba a su desenlace, multitudes de lectores aguardaban el arribo del barco que transportaba los ejemplares de Master Humpries Clock. Las revistas se vendían en el muelle.

Y ahí, de pie, entre los gritos de los estibadores, las sirenas de los navíos y la agitación del puerto, los afortunados que consiguieron el capítulo de "La Tienda de Antigüedades" devoraban las palabras de Dickens.

Quienes llegaron tarde sólo hicieron una pregunta: ¿Qué pasó con la pequeña Nell?

Elemental, mi querido Doyle.

Durante unas vacaciones en los Alpes...

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