Luis Rubio / Impresiones

AutorLuis Rubio

Dos meses de observar al Gobierno de Trump comienzan a arrojar un perfil de posibilidades. Grande en retórica, el candidato Trump fue específico sólo en algunos clichés, dejando siempre la impresión de que iba a revolucionar al mundo. Su punto de partida era un rechazo a lo existente, combinado con una promesa de utopía y redención para los suyos. Nunca más, afirmó en su discurso de toma de posesión, habría una carnicería como la que había caracterizado a su país en las décadas anteriores.

La maravilla de prometer algo imposible de cumplirse es que no es necesario alcanzarlo para satisfacer a la base dura. Al mismo tiempo, las promesas son insuficientes para cambiar la realidad.

La retórica ha sido tan profusa y confusa que la prensa estadounidense y, en general la del mundo, ha caído en un juego de juicios más que de análisis. Se evalúa y juzga a Trump y su equipo de la Casa Blanca bajo marcos contextuales que podrían no ser aplicables a la situación.

Mi lectura de la realidad es que Trump no es simplemente otro Presidente con su peculiar énfasis y proyecto de Gobierno. Trump llegó para cambiar la realidad y, a dos meses de iniciado el Gobierno, parece bastante evidente que tiene una estrategia muy bien concebida y articulada para trastocar el orden establecido.

Cuando Bannon habla de ser Leninista dice más de lo que con frecuencia se interpreta: efectivamente, el objetivo es alterar el statu quo, remover a la "élite" del poder y cambiar la realidad política. Para esto se han dedicado a minar uno tras otro de los mecanismos que por décadas se habían constituido en frenos al Poder Ejecutivo.

El enfrentamiento con la prensa no es un malentendido ni menos un error: se trata de una estrategia concebida para convertir a la "representación de la élite" en la oposición.

Si bien la estrategia de ataque al orden establecido es por demás clara e integral, además de estructurada, siguiendo un paso tras otro, no existe algo semejante para el aterrizaje posterior. Es decir, hay claridad sobre cómo avanzar, pero no de cómo llegar al objetivo.

La definición del proyecto político es tan nebulosa -general, abstracta y, sobre todo, utópica- que no requiere una precisión o una concreción. Todo sugiere que lo que se persigue es romper lo existente para luego comenzar a pensar en qué construir o si construir algo.

Como tantos otros proyectos populistas (y utópicos), el de Trump plantea que "la solución soy yo" y, por lo tanto, no requiere definición. La gran...

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