Luis Rubio / Confianza

AutorLuis Rubio

Hace no mucho se publicó en una revista que las autoridades de una población alemana se iban a abocar a realizar pruebas de ADN a todos los perros registrados para determinar cuáles de los propietarios de esos animales estaban ignorando el reglamento de recoger sus heces de la vía pública. Los alemanes tienen certeza, e instrumentos, para determinar dónde está el mal porque parten de un principio de confianza. Cuando se trata de los problemas de pobreza, empleo y crecimiento en México, las teorías abundan pero las soluciones son inadecuadas. Peor, no se reconoce que sin confianza es imposible resolver el resto.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y bajo el amparo de la CEPAL, entidad de la ONU dedicada al desarrollo de América Latina, el Gobierno mexicano se dedicó a promover el crecimiento de la economía por medio de la inversión pública. La teoría era que la inversión privada seguía a la pública, de tal suerte que si el Gobierno electrificaba una región o construía una carretera, las empresas comenzarían a construir fábricas y servicios que se traducirían en generación de riqueza, empleos, crecimiento y menor pobreza. El experimento fue muy exitoso y permitió que la economía mexicana creciera a niveles elevados por varias décadas. Lo que pocas veces se aprecia es que la inversión no fue lo único que aportó el Gobierno. Acompañando a ésta venía una concepción de la función pública que luego desapareció: el Gobierno entendía que tenía que crear condiciones físicas pero también políticas para que prosperara la inversión privada. Esas condiciones políticas, que los empresarios llaman confianza, son lo más importante para el funcionamiento de una economía.

En esa era del desarrollo económico el Gobierno incorporaba a personas con experiencia empresarial o con la sensibilidad necesaria para conferirle certidumbre al empresario. El Gobierno había logrado construir un andamiaje institucional que garantizaba la estabilidad política y mantenía claridad y permanencia en las reglas del juego que hacían funcionar la economía. Se trataba de un sistema autoritario que lograba la estabilidad no por la fortaleza de las instituciones, sino por la estructura de controles que lo caracterizaban. Sin embargo, el sistema garantizaba permanencia de las reglas (al menos por un sexenio) y eso generaba la confianza necesaria para invertir. El resultado era crecimiento económico y generación de empleo.

Las cosas cambiaron en los 70 por dos razones: un relevo...

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