Juan Villoro / Pueblo en vilo

AutorJuan Villoro

El título del extraordinario libro de Luis González y González sobre el lugar donde nació, San José de Gracia, sirve para expresar el compás de espera en que vivimos: de aquí al domingo por la noche seremos un pueblo en vilo.

Lo mejor que se puede decir de las campañas es que se acabaron. Tenemos una de las democracias más costosas del planeta. Después de décadas de triquiñuelas practicadas por los gobiernos del PRI (que transformaron el lenguaje popular con expresiones como "operación tamal", "ratón loco" y "casillas zapato"), hubo que invertir mucho para tener elecciones confiables. Al costo operativo, digno de elecciones en el espacio exterior, se agrega el derroche publicitario que convirtió a nuestras ciudades en un carnaval de caras que prometían el paraíso y a la televisión en un callejón sin salida donde el zapping sólo servía para pasar de un político a otro. En España las campañas electorales duran 15 días y no se permiten spots en televisión. Se trata de una medida sensata. La gente norma su criterio por las propuestas de los candidatos, no por sus ademanes, sus sonrisas, su maquillaje y sus insultos.

Habitamos una telecracia donde los votos se deciden en la pantalla. Esto no es privativo de México. Jürgen Habermas lamenta que el ciudadano contemporáneo haya dejado de informarse a través de los periódicos y los libros (o de las personas que los han leído) para aceptar de manera hipnótica la ilusión de conocimiento que otorga la televisión. Del Renacimiento a nuestros días, la cultura de la letra ha sido patrimonio de minorías ilustradas. Hasta antes de la televisión, la política representó una mediación para discutir y popularizar ideas, adaptándolas a las necesidades de la hora. La arena de los conflictos -la sociedad civil- era el espacio donde los proyectos se transformaban en consignas y los argumentos en creencias. Hoy en día, la supremacía televisiva impide el flujo lento de las convicciones políticas, el paso de la propuesta razonada al credo ideológico. Teatro de gestos, la pantalla existe para el instante en que alguien aparece como simpático o desgraciado. Importa poco que el presidente esté triste, lo decisivo es que lo parezca.

En los pasados seis meses se gastaron millones de dólares en spots para tener una campaña de personas, no de ideas. Esta circunstancia, de por sí empobrecedora, se vio agravada por la manipulación. Una de las lecciones de la campaña: el IFE debe crear normas más estrictas para la publicidad...

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