Un hogar para migrantes

AutorMaría Luisa Medellín

Uno no conoce al tren hasta que lo tiene cerca, y en cuanto lo ves venir quisieras correr de regreso, es un temblor... un miedo, pero entonces dices: 'Dios mío, ayúdame', y te pescas de donde puedes para treparte y esconderte en los vagones, o arriba de ellos, o en unas planchas de metal donde se ganchan los carros".

La joven María, originaria de San Pedro Sula, Honduras, lo cuenta de corrido, con los ojos almendrados y ojerosos muy abiertos. Sus brazos semejan aspas que se agitan al ritmo de sus palabras, parecidas en acento a los veracruzanos de la costa.

Ese monstruo de hierro que brama en marcha y se le aparece hasta en sueños ha sido amenaza y esperanza en su azarosa travesía rumbo a la tierra del Tío Sam.

Si no fuera por cortas treguas bajo el techo de refugios creados para los infortunados viajeros como ella, en un cadena eslabonada por la geografía nacional, ya se hubiera rendido.

Agotada, sudorosa, con los tenis casi destrozados, María tocó las puertas de la Casa del Migrante. Junto a ella estaban Aracelly y Juan, el esposo de ésta, sus compañeros en las vicisitudes del camino.

Hace apenas seis años que el sacerdote Jesús Garza Guerra, de la Pastoral de Movilidad Humana dependiente del Arzobispado de Monterrey, sintió la urgencia de crear este albergue por ser Nuevo León un corredor natural de la migración centro y sudamericana.

De enero a julio del 2006, la delegación estatal del Instituto Nacional de Migración regresó a sus países de origen en esa zona a mil 722 indocumentados.

Pero desde que las puertas de la Casa del Migrante se abieron, otros 6 mil han hallado un remanso para recobrar sus fuerzas antes de reanudar su peregrinaje a los Estados Unidos, Juan se incluye entre ellos.

Hasta hace un año, María y Aracelly hubieran encontrado un sitio ahí, pero ante la ola creciente de huéspedes, la Asociación San José del Buen Consejo, de la misma Pastoral, es ahora la casa que da techo y alimento a las mujeres.

Es una construcción al sur de la ciudad, que dispone de varias habitaciones convencionales en la segunda planta, y de vestíbulo, sala, cocina y patio con lavaderos e hileras de tendederos en la primera.

"Hemos recibido unas 60 inmigrantes, porque son mucho menos en cantidad que los varones", detalla Silvia Rodríguez, laica josefina consagrada, a cargo del refugio.

I

María, de cabello castaño, corto y piel tostada por semanas bajo los rayos del sol, comparte su relato que con variantes se vuelve uno solo entre quienes deciden emerger de la miseria de sus pueblos, aferrándose a un incierto recorrido de casi 4 mil kilómetros con miras a cruzar la frontera norte de México.

Madre de una niña, abandonada por su pareja, dejó la pequeña al cuidado de su mamá y emprendió el viaje, primero en autobús hasta los límites de Guatemala, luego...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR