Jesús Silva-Herzog Márquez / Ocho notas sobre Maquiavelo

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Hace 500 años Nicolás Maquiavelo estaba terminando de escribir un librito. Es un escrito donde he apuntado todo lo que sé, le cuenta a su amigo Francisco Vettori en una carta fechada el 10 de diciembre de 1513.

Al relatarle la aventura de sus días, Maquiavelo le cuenta que por las noches se encierra a conversar con los muertos y a preguntarles de sus acciones para conocer las razones de su éxito y de sus fracasos. Tal vez te interese, le dice a Vettori, y a un príncipe podría, incluso, resultarle útil. Ahí describo lo que es un principado, qué tipos existen, cómo se adquieren, cómo se pierden. Aquel 10 de diciembre no había puesto aún el punto final a su obra: todavía la estaba aumentando y puliendo...

Uno. "El Príncipe" no es un manualito de gobierno. Si fuera un simple instructivo práctico, carecería de sentido hoy, 500 años después de hacer sido compuesto. "El Príncipe" es un clásico porque es una reflexión agudísima y certera sobre la naturaleza humana, la textura de la historia, las posibilidades de la acción política. Se le ha querido leer como un libro de consejos pero es mucho más que eso: un juicio sobre el sitio del hombre en la historia.

Dos. "El Príncipe" no es la primera página de la ciencia política, como han dicho muchos. Nada más ajeno a su pensamiento que la idea de una racionalidad exacta, despojada de cualquier subjetividad. El Estado no es artefacto de la técnica, es una obra de arte. El artista al que se dirigió Maquiavelo no tiene nunca control absoluto sobre el material al que aplica su genio. El gran defensor de la voluntad política nunca creyó en la omnipotencia del deseo ni en la supremacía de la razón. Sostuvo exactamente lo contrario: que lo impredecible, lo incontrolable, lo indómito reside en el corazón mismo de la política. Los delirios del control político absoluto exhiben la máxima ignorancia.

Tres. Maquiavelo no fue maestro de tiranos. En "El Príncipe" pensó, sobre todo, en la conquista del poder. El personaje que le seduce es aquel que no ha heredado una corona y que, sin embargo, a golpe de valentía y audacia, prudencia y arrojo, es capaz de conquistarla y conservarla en su cabeza. Antonio Gramsci lo leyó bien: fue maestro de revoluciones.

Cuatro. Tampoco fue predicador del mal. La palabra virtud aparece una y otra vez en los 26 capítulos de "El Príncipe" mostrando todo lo que le importaba el bien a su autor. Tampoco creyó que la política fuera un territorio amoral, donde...

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