Gustavo Esteva / Los encumbrados

AutorGustavo Esteva

No puedo resistir la tentación de comparar la Cumbre de Monterrey, que terminó el martes, con la reunión que tuvo lugar hace poco más de un mes en la Ciudad de México y se llamó América Profunda.

En Monterrey se reunieron funcionarios de alto nivel de 34 países, que se ostentaron como representantes legítimos de sus pueblos. Quienes se reunieron en la Ciudad de México pertenecían a 36 pueblos de 14 países. Eran altamente representativos, como intelectuales o dirigentes sociales, pero no pretendían representar a nadie. "No podemos hablar en nombre de nuestras comunidades y pueblos", señalaron en su documento final, "mucho menos en nombre de todos los pueblos del continente".

Parece, por tanto, una comparación desproporcionada e ilegítima. Quienes ejercen legalmente poderes políticos democráticamente constituidos y por ende pueden tomar decisiones que comprometen formalmente a sus países no son equiparables a un grupo de personas que sólo pueden hablar por sí mismas; lo que digan, por muy interesante que sea, no obliga ni compromete a nadie en términos formales.

Sería absurdo poner en el mismo plano estas dos reuniones. Me interesa el contraste. Sospecho que la Cumbre muestra la debilidad actual de los "poderosos" y la esterilidad e inutilidad de sus reuniones, mientras el encuentro de los "débiles" revela su fuerza, la vitalidad de sus encuentros. Intuyo que una reunión nutre el creciente desencanto con la democracia formal y la otra ilustra una opción válida.

Llegaron a Monterrey representantes de gobiernos elegidos con procedimientos democráticos. En la mayoría de los casos los llevaron al poder votaciones inferiores a la tercera parte de los habitantes y en algunos casos a la quinta parte.

No es una anomalía del continente, sino la situación que prevalece en el mundo de las sociedades democráticas. Es siempre una minoría del pueblo la que determina el partido que estará en el gobierno y una minoría exigua la que define los candidatos y los funcionarios.

La brecha entre los poderes constituidos y la voluntad de sus pueblos es cada vez más amplia. Las voces de 30 millones de personas, que salieron a la calle para detener la guerra en Iraq, no fueron escuchadas por sus respectivos gobiernos.

Y es éste sólo uno de los innumerables ejemplos de sordera y ceguera de los gobiernos "democráticos" frente a la voluntad popular. Lo que dicen y hacen responde cada vez menos a las necesidades, esperanzas y reivindicaciones explícitas de sus pueblos.

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