Germán Dehesa/ La extraña alegría

AutorGermán Dehesa

Nunca me ha costado trabajo compartir y agradecer la felicidad ajena. Ver a una persona contenta es para mí una especie de secreto amanecer. Tal es el caso de mi tenue relación con Salma Hayek. Creo que sólo una vez la he visto y he platicado brevemente con ella. Sin embargo, desde que fue nominada para el Oscar y, sin siquiera haber visto la película de Frida, experimenté la alegría de que una paisana fuese señalada como triunfadora. En México, los alegatos de la envidia o el desagrado comenzaron su ferviente manifestación. En la televisión, Elena Poniatowska hizo un breve y contundente comentario: Frida Kahlo fue una mujer adolorida y solitaria; la película no nos muestra lo que Frida fue, sino lo que Frida hubiera querido ser; en este sentido, la Frida de Salma Hayek es un homenaje y una compensación para esa mujer tan herida. A mí, este punto de vista de Elena me pareció elegante e inteligente. Ya éramos dos los que nos congratulábamos por los logros de la chaparra de Coatzacoalcos. En casos así, o en el del Premio Alfaguara a Xavier Velasco, o el Premio Octavio Paz al imprescindible y grato José Emilio Pacheco; en casos así, decía, es un deleite compartir la alegría y sentir estos triunfos como propios.

En otras ocasiones, no es tan sencillo. En el plazo de una intensa semana he estado en San Antonio, en Tijuana y en San Diego. Tres enclaves exasperadamente mexicanos. En los tres he atestiguado la perplejidad de mis paisanos que literalmente se debaten entre el lánguido pacifismo mexicano y la enfática belicosidad estadounidense. Esta última ha llegado a extremos delirantes. Una vez más he comprobado el enfático poder desrrealizador de la televisión. La gente está mirando la guerra como quien mira un reality show, o como quien juega "turista" o "monopolio". Frente a todo esto, creo entender las angustias de mis paisanos; lo que no puedo es compartir el júbilo de los estadounidenses que estalla gozoso cada vez que alguna de sus drásticas bombas pulveriza un edificio, o daña irremisiblemente algún lugar que los "expertos" consideran "estratégico". Algo (o mucho) hay de tonto, de insensible y de inhumano en todo esto. Acá en San Diego, la gente en los restoranes se saluda y pregunta: ¿viste la guerra? ¡Sí!, responde jubiloso el interlocutor. ¿Viste cuando le pegaron al edificio y desapareció? ¡Claro...

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