Desde el exilio

AutorDaniel de la Fuente

Todavía hace muy poco, Marisela Ortiz, fundadora de la asociación Nuestras Hijas de Regreso a Casa, se resistía a la idea de dejar Ciudad Juárez. Decía que pese al acecho contra activistas, le resultaba difícil pensar no sólo en abandonar sus tareas de denuncia sobre feminicidios y de apoyo a familiares de víctimas, sino la ciudad en la que ha construido una familia, su vida.

El 10 de marzo pasado, sin embargo, alguien colgó una manta en la escuela en la que Marisela trabajaba como maestra: "Si quería seguir apoyando a la pi... cu..., de la lic. Malú maestrita de mie... Marisela Ortiz. Bamos a chin... a tu familia empezando x tu hijo el chapulín del Rawy que ya lo tenemos en la lista atee... JL ____".

En la escuela del hijo de la también activista María Luisa "Malú" García Andrade, hija de Norma Andrade, la otra fundadora de la asociación, una manta similar fue colgada. Ella, a quien le incendiaron la casa hace poco, también salió de Ciudad Juárez.

Marisela no lo pensó dos veces: era momento del exilio.

"Tuve que huir de mi ciudad", cuenta desde algún lugar de Estados Unidos. "Es desesperante mantenerse en un sitio que no es tu hogar. Dejar todo duele mucho y es difícil aceptar que te cortaron las alas, aunque no sea para siempre".

Desde Nuestras Hijas de Regreso a Casa, y con Ciudad Juárez como sede, Marisela ha trabajado por más de una década en exigir justicia por los feminicidios y atender a los familiares, sobre todo a los hijos: cientos.

Aun a la distancia, sigue en contacto con sus actividades. Pero el exilio ha sido complejo.

"Al estar fuera de tu hogar valoras lo mas mínimo. Estoy viva y es suficiente, pero no me adapto pues es duro no tener a la mano lo que durante toda tu vida construiste: extraño mi casa, a mi familia a la que amo tanto, a mis mascotas, soy amante de las plantas y la jardinería es mi relax... Aquí no tengo nada, nada es mío".

Quiere volver para continuar con su Proyecto La Esperanza, enfocado a hijos de víctimas, y a la Escuela Federal No. 60 en la que es maestra, ubicada en un Infonavit de la ciudad más violenta de México.

De hecho, una dinámica que solía llevar a cabo con sus chicos de secundaria era ir al desierto.

En aquel territorio en torno a las maquiladoras, han sido hallados desde los 90 cientos de cadáveres y restos de mujeres sacrificadas en formas impronunciables.

"El desierto para mí es un símbolo", comenta. "Es el lugar donde se guardan los secretos de cientos de tragedias, por eso llevo a mis...

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