Cony Delantal / El baile del valet

AutorCony Delantal

Llevo una eternidad y tantito más esperando que regrese el valet parking, parada en la banqueta de la calle Roble, justo frente a la puerta de ese restaurante que afuera dice Ask Monica, y entonces me animo a preguntar, a Mónica o a quien corresponda, con ese tono tan ecuánime que me viene segundos antes de un ataque masivo de cólera: ¿y dónde (#$%&/) está mi camioneta?

La última vez que la vi me encontraba yo cómodamente aposentada en los adentros del susodicho restaurante, departiendo a la mesa en la grata compañía de mis comadres y visualizando una de esas noches tan sabrosamente normales en las que cenas y te vas, pero al escapar la mirada a través del ventanal divisé un alboroto inusual en la acera de enfrente, en lo que parecía ser un operativo de Tránsito contra automóviles mal estacionados.

Qué gente tan idiota, pensé, habiendo valet parking en el restaurante van y se estacionan donde no deben. Pero todavía no terminaba de pensar mi pensamiento, cuando noté que uno de esos vehículos tenía un tremendo parecido con mi camioneta. No puede ser, traté de convencerme, si yo se la acabo de entregar al valet.

¡En la móder!, ¡sí es la mía! La reconocí por ese tallón en la polvera que nunca supe quién se lo dio (y mi marido se la creyó).

Brinqué de la silla sin consenso, como vil alcaldesa de Guadalupe, y corrí deschongada hacia la puerta, pero en la yarda uno me tacleó el gerente con mucha amabilidad y procedió a serenarme con una voz así como de Taurus du Brasil en plena función.

Me dijo algo que no recuerdo muy bien, pero que interpreté más o menos así: "No se preocupe, señora, no es nada, usted no vio nada, cuente hasta 10, respire profundamente, y cuando vuelva a su mesa usted no va a recordar nada".

Yo regresé hipnotizadamente convencida de que todo estaba bajo control y de que fui una loca neurótica por siquiera dudar que había dejado mi vehículo en buenas manos.

Eso me lleva a donde inicié mi relato. Tengo aquí parada un siglo y medio y mi camioneta simplemente no aparece. Sospecho que ya me cayó la maldición de Globito.

Ya entrada la noche y la mortificación, por fin dieron con ella, al tiempo que nuevamente hacía su aparición el gerente prestidigitador para aceptar que les infraccionaron unos pocos, poquísimos, vehículos, pero otra vez con esa desvergüenza como de político priista, me aseguraba que la mía no estaba entre las multadas.

Harta de que me chamaquearan, le pedí que me fuera mostrando una a una todas esas papeletas que...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR