El coleccionista

AutorPaulino Ordóñez

- Oye Morbos, ¿y cómo le han hecho en casos severos? ¿Huracanes, tormentas tropicales y así?

- Nos avisan. Nos piden desalojar, pero con tiempo. Ya se sabe cómo va a estar la onda y días antes nos llevamos la merca. Sin fallas. ¿Ya has oído éste?

El Morbos le mostró un CD: la mano firme, el pulgar fijo casi integrado a la fotografía de portada.

- ¡Pinche luz! -gritó antes de que El Coleccionista respondiera-. Se me olvidó que se fue, ya lo iba a poner...

Afuera del pequeño local, el agua tenía una corriente lodosa, arrastrando latas de refresco y envolturas de golosinas. Una bolsa verde de frituras parecía ir llena, sin abrir. Los tenderos de enfrente ya habían terminado de empacar sus productos: libros, cuadros, artículos de decoración. Los dejaron al fondo, cerraron con una lona bien sujeta y se retiraron con un hasta mañana sin ver a nadie, mientras tomaban valor para adentrarse con prisa en el aguacero.

- Collections, ayúdame a hacer las mesas y las cajas más patrás, ¿sí?

- Oye, ya vámonos, ya se puso grueso.

- Nos vamos a empapar, ¿apoco quieres esperar así el camión?

- Traigo carro.

- El estacionamiento ha de estar hecho mierda y las rampas de salida acá bien resbalosísimas. Además, yo no dejo las cosas aquí. No puedo dejarlas así nomás.

- ¿Entonces?

Entonces, después de algunos minutos líquidos y comprobar, cada que se quedaban sin decir palabra, cómo el agua caía con más fuerza, El Coleccionista se agitó con el fuerte ruido de algo que sucedió no muy lejos de ellos y que seguro no era bueno. Un golpe metálico al que le sobrevino un chirrido.

- ¡Ay, cabrón! ¿Qué fue eso?

- Hay camiones o tráileres que topan con la parte de más abajo del puente -dijo El Morbos con la mirada en dirección a la avenida Morones Prieto-. Suena como si se lo fueran a echar, pero es nomás una laminilla que está ahí medio suelta.

- Si de por sí se siente que se mueve... un día lo van a tumbar.

- Mira ya dónde va el charcote. Uta, a ver... ayúdame a subir todo a las mesas, ¿sí?

El agua había entrado al puesto, que era un escalón más alto que el pasillo. En el suelo, esa mancha oscura crecía amenazante, sin reflejar nada en su consistencia terrosa.

- Te dejo solo tantito, ¿sí? Voy a la otra sucursal, mi jefe y mi carnal han de andar en chinga.

El joven se refería a un local dos o tres veces más grande, de aparatos electrónicos, lo que realmente era negocio para la familia.

- Allá sí hay un chingo de madres -dijo El Morbos mientras sacaba la cabeza de la bolsa...

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