Carolina López / Todos somos Gómez

AutorCarolina López

No hay duda que uno de los vicios más arraigados en el ser humano es la venganza. Tan es así que hasta una canción lo dice en una de sus estrofas: "Qué bonita es la venganza/ cuando Dios nos la concede".

"¿Qué esperas?", "¡Hazlo, no te acobardes!", "Te sentirás mejor", dice la gente. ¿Será verdad que alguien se siente mejor después de vengarse?

Y es que además, cuando uno menos lo espera, de pronto tiene en bandeja de plata la oportunidad para hacer pedazos a esa persona o institución que trae entre ceja y ceja.

Quizás es por eso que el psiquiatra español Enrique Rojas explica en uno de sus libros que el hombre maduro es aquel que sabe reconciliarse con su pasado, y que incluso "ha podido superar, digerir e incluso cerrar las heridas del pasado".

Pero también señala que hay heridas "muy difíciles de cerrar y que requieren de una 'cirugía estética' de la historia personal, ayudando al sujeto a realizar una lectura más positiva de su trayectoria".

Esta excursión retrospectiva, añade Rojas, "suaviza segmentos dolorosos de la vida y ayuda a mirar con amor aquellas parcelas especialmente conflictivas".

Cuánta razón tiene el escritor, pero qué difícil nos resulta a los mortales a la hora de la verdad poner en práctica toda esa sabiduría humana, o acudir a una psicoterapia. ¿Cómo borrar de un plumazo cosas que nos han marcado o hecho sufrir a lo largo de la vida?

Y aunque expertos en el comportamiento humano nos demuestren a través de la ciencia que sí se puede reconstruir el pasado y devolver cierta paz a nuestra mente, da la impresión de que muchos prefieren estancarse en el recuerdo y no progresar, y otros más vivir resentidos y con sed de venganza.

Quizá por eso y más, un maestro de filosofía nos hizo caer en la cuenta de que la venganza y el resentimiento, si bien es cierto que forman parte de los vicios del ser humano, también los podemos convertir en fuerzas muy positivas.

Y es que existen dos tipos de venganza, explicó el profesor: la primera, que surge del odio, resentimiento o amargura y se canaliza contra un prójimo o institución. Y la segunda, que brota del orgullo y del esfuerzo, y se canaliza luchando a brazo partido contra los obstáculos y retos que puedan lucir insuperables.

La enseñanza anterior la recordé el jueves por la tarde, al observar al jugador de la Selección Mexicana Sub 17, Julio...

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