Carlos Monsiváis / 'Cuando todavía nos pertenecíamos'

AutorCarlos Monsiváis

Las festividades de Semana Santa obligan; así el debate nunca se exprese de manera rotunda, a recordar los significados de la Tradición, y los métodos para actualizarla. ¿Cómo se convierte Semana Santa en sinónimo de vacaciones? ¿Hasta qué punto la secularización alcanza el núcleo de la religiosidad que se ha identificado con la esencia nacional? ¿Y qué ha quedado de las costumbres tan "acendradas", para acudir a un vocablo ciertamente en desuso? Recuérdese la descripción de la Semana Santa en 1909, en un pueblo de Jalisco (Yahualica), hecha por Agustín Yáñez en Al filo del agua:

Riguroso el ayuno general -hoy las cocinas quedan sin lumbre-, las gentes muestran blancos los labios, resecos, y el negro de los vestidos extrema el color. Casi no hay tiempo para estar bajo la sombra. Y es justo este sacrificio en comparación a los que sufrió el Salvador en parejas horas de sol. Las casas, los corredores, los patios vacíos. Las procesiones y Ejercicios se suceden ininterrumpidamente. Gentes extenuadas y sudorosas resisten con placer el día tremendo. Las Siete Palabras acaban a las tres y cuarto. A las cuatro es el Sermón de la Lanzada. A las seis, el Ejercicio del Descendimiento; actos continuos, la procesión del Santo Entierro, el sermón del Pésame -dentro del recinto de la plaza-, el depósito de la urna con la imagen del Señor muerto en la ermita extramuros y la procesión -entre gemidos- de la Soledad, cuya imagen vuelve a la parroquia en compañía de las imágenes de San Juan, la Magdalena y los Santos Varones. A las nueve, a las diez, las gentes comen un pedazo de pan frío, una tortilla con sal, beben un poco de agua y rinden la jornada.

Creo, y perdóneseme la desconfianza en el México eterno, que se tardará el que busque pueblos que aún preserven estas tradiciones de esta manera. En las ciudades sólo se mantienen en círculos pequeños, rodeados de la contemplación casi unánime de la televisión, bastante menos devocional de lo que mostró ser durante la visita última del papa Juan Pablo II.

Y si esto le sucede a la Tradición, ¿qué pasa con otros elementos de la idiosincrasia, tan acosada por el Tratado de Libre Comercio, según se nos dice cada vez que conviene proteger a la cultura nacional?

De la singularidad como semejanza absoluta con los demás

En América Latina lo típico está mudando de forma, al menos parcialmente, y la arrogancia de los valores específicos, que distingue externamente a los nacionalismos, se ubica cada vez más en el pasado...

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