Carlos Monsiváis/ Crónica de los Medios
Autor | Carlos Monsiváis |
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Los empresarios, los productores y las figuras del espectáculo televisivo han creído hasta ahora en la indefensión de los televidentes, en su resignación alborozada ante lo que se les ofrezca. La fórmula es ancestral: "Y pues que paga el vulgo/ hablarle en necio para darle gusto", o dicho de otra manera: "Nadie se empobreció nunca despreciando la capacidad crítica del público". De tanto ejercerse con éxito, el prejuicio deviene juicio inapelable: por más alternativas que sueñe el espectador, no tendrá escape ante la definición dictatorial de entretenimiento, aquello -se informa en la práctica- que no demanda esfuerzos de concentración y es inversión del tiempo libre en fugacidades elevadas al rango de aficiones. ésta es la filosofía del espectáculo: "Escucha, espectador, no puedes dejar de ver y oír banalidades, tonterías, despliegues patrioteros, adocenamientos de la sensualidad, chistes tan poco graciosos que sólo las carcajadas permiten olvidarlos. Y no puedes huir de tu destino porque si apagas el televisor te aguarda lo peor: depender de ti mismo para pasarla bien. Elige: o la televisión encendida, o la angustia circular".
Emilio Azcárraga Milmo, por décadas el dueño del monopolio televisivo en México, describió alguna vez su responsabilidad ante el público: "La televisión -dijo- está hecha para los jodidos, los que no pueden divertirse de otra manera, no para los ricos como yo que tenemos muchas posibilidades, ni para los que leen revistas de crítica política, sino para los jodidos, que no leen y que aguardan a que les llegue el entretenimiento". Una filosofía tan arrasadora explica suficientemente la programación de una larguísima etapa. ¿A quién le interesa que piensen los burócratas y los obreros que se acomodan en su cama o sofá al cabo de una jornada devastadora? El que quiera hacer pensar deberá conseguirle becas a los espectadores.
La modernidad y la transición a la democracia han modificado este diseño dictatorial. En América Latina los debates políticos se institucionalizan así el éxito varíe. Sólo ocasionalmente el debate político es un espectáculo altamente entretenido, y las más de las veces se repiten las frases, las promesas y los insultos que obligan al televidente o el radioescucha a cambiar de canal o de estación y recuerdan algo fundamental: en la sociedad del espectáculo no todo es susceptible de volverse show, y lo jamás espectacular causa grandes irritaciones. Las campañas suelen resultar aburridísimas, y el...
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