Carlos Fuentes/ El Alma de México

AutorCarlos Fuentes

Invitado por Conaculta, filmé hace algunos meses las presentaciones de los doce programas titulados "El Alma de México": un recorrido bello e intenso por tres milenios de cultura mexicana. El rasgo más llamativo de dicha cultura es la continuidad. La cultura se da en la historia. La anuncia, la actualiza, la recuerda, la vuelve a anunciar.

México ha sufrido terribles rupturas históricas. La derrota del mundo indígena. La conquista española. La colonia. La revolución de independencia. Anarquía, tiranía, desmembramientos territoriales e invasiones extranjeras en el Siglo 19. Una gran Revolución, la primera del Siglo 20, revolución-revelación de una identidad compleja e incluyente. Y como consecuencia, un proceso rápido y desigual de modernización.

Cada cara de esta moneda tiene su cruz. Y cada águila, su sol. El mundo indígena no se dejó vencer. Reapareció y se perpetuó de múltiples maneras sincréticas, religiosas y artísticas. La conquista provocó la contraconquista: la aparición de un mundo mestizo de acusados perfiles. La Colonia recibió de la Corona leyes protectoras del indígena y de la justicia agraria. Pero "la ley se obedece pero no se cumple". La formación de cacicazgos y latifundios da al traste con la voluntad de justicia de Las Casas, Quiroga, Victoria y Suárez. La Revolución de Independencia crea leyes ilustradas para una realidad sombría. Se crea un vacío político entre el país real y el país legal. Lo llena la anarquía a veces, la tiranía otras, y en este vaivén perdemos medio territorio. Juárez, triunfante sobre la intervención y el imperio, establece la fórmula de nuestra salud: Desarrollo con Democracia. Porfirio Díaz la pervierte: Desarrollo con Dictadura.

La Revolución rompe no sólo el espinazo de la Dictadura. Rompe las barreras del aislamiento mexicano. Revela la totalidad del pasado, da vida y libertad a la industria, al campo y a la creación artística. Pero propone un pacto político fatal. Desarrollo, educación, estabilidad, progreso -pero sin democracia-. En 1968, una generación educada por la Revolución en los ideales de la libertad los aprendió primero en las aulas, los exigió luego en las calles, y los pagó con la vida, acribillada por un gobierno sordo, cruel y auto-complacido.

Sin embargo, la transformación política del país era inevitable. El contenido rompió el continente. La sociedad desbordó al gobierno y terminó por reunir la realidad económica y social con la democracia política.

Larga lucha, duro combate...

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