El caligrafista

AutorMaría Luisa Medellín

Al percibir la amorosa paciencia con que Alfonso Reyes Aurrecoechea delineaba aquellas hermosas letras sobre una amarillenta piel de cabra, a modo de pergamino, Óscar Franco se aventuró a pedir que le enseñara ese antiguo arte de la caligrafía.

Era una mañana de marzo de 1972 cuando entró al taller del maestro y artista a recoger aquel pliego escrito a mano, y cuyo destinatario sería el entonces líder del sindicato de maestros, donde Óscar fungía como secretario particular.

Recuerda que Reyes Aurrecoechea le dirigió una mirada complacida y le dijo: "Vente el sábado a recoger el pergamino y cuando ya termine, te enseño".

Óscar, profesor jubilado, de 55 años, delgado, de bigote y cabello entrecano, cuenta que se puso contentísimo.

Pero la ilusión duró poco. De vuelta en el taller, y tras recibir el estuche de terciopelo que resguardaba la pieza, el maestro le entregó un abecedario gótico de mayúsculas y minúsculas y una pluma, le mostró cómo se ponía el tajo y la tinta y, sin más, le lanzó: "Si realmente te gusta esto, ponte a practicar".

Óscar suelta una carcajada y con esa voz grave, habitual de los fumadores, confiesa que se sintió frustrado, aunque siguió el consejo.

Cuatro años más tarde se iniciaba en la caligrafía artística, alternándola con sus jornadas matutinas como profesor de primaria, y las vespertinas, en el sindicato magisterial.

Poco veía a Reyes Aurrecoechea y un día decidió visitarlo en su casa. Llevaba algunos trabajos, pues le interesaba saber si lo aprobaba o no como caligrafista.

Sin embargo, aquel hombre respondió otra vez con su estilo peculiar: "No te voy a decir nada. Mañana vas a tener noticias mías".

Óscar se retiró desilusionado, pensando que había preferido no contestar directamente para no ofenderlo.

"Al día siguiente llegué a la casa y me dice mi señora: 'Te hablaron del Tecnológico, que te recomendó el profesor Alfonso Reyes para hacer un pergamino'; o sea, supuestamente no me enseñó y no me aprobó, pero me enseñó y me aprobó... ¡Supo advertir mi vocación!", exclama mientras sacude las cenizas del cigarrillo en un cenicero.

  1. - Óscar cruza las piernas y se recarga en la silla. Está en el taller que adaptó en la sala de su hogar y tiene frente a sí una pequeña mesa iluminada, en la que descansa una plantilla con renglones.

    Toma un sobre en blanco, lo coloca sobre la plantilla, guia la pluma con su mano y la tinta que corre da forma a las más armoniosas y expresivas letras.

    La música clásica inunda la...

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