La caída de Agua Fría

AutorDaniel De La Fuente

Muchos nuevoleoneses quizá recuerdan esa sequía de los 50.

Monterrey la pasó mal, no se diga el campo. Fue el caso de Agua Fría, un minúsculo poblado ganadero y agricultor situado en un amplísimo valle del municipio de Apodaca, acaso a 15 minutos en auto de la cabecera de este municipio.

"Los animales empezaron a morir, las acequias llenas de polvo impidieron las cosechas", cuenta Vicente Flores Treviño, quien afirma que seguramente su bisabuelo Manuel Treviño, propietario de varias labores, entró en esos momentos en la más dura crisis de su vida.

"Imagínate, tenía una familia qué mantener y vio cómo mucha gente se estaba yendo, forzada, a Estados Unidos. Habrá sido terrible", sostiene y se mesa los cabellos este traumatólogo aficionado a la historia y orgulloso de su pasado familiar.

Sin embargo, Manuel no se fue.

Comenzó a atender como pudo a su atajo de cabras, la mayoría destinadas para la venta, y con la leche elaboró queso que vendía en distintos poblados. Hacía el tradicional de entonces, el molido, que se ponía a secar en cestos de carrizo para luego molerlo en metate, contrario al panela, que no se deja escurrir tanto para que se esponje y agrie.

Manuel fue el primero, a decir de los habitantes de Agua Fría, que sacó para su venta el bendito alimento del pueblo. Hace medio siglo.

"El negocio prosperó", explica Vicente. "Pronto tuvo que mixtear, echar mano de leche de cabra y vaca de Zuazua y otras partes de Agua Fría. Llegó incluso a enviar quesos por ferrocarril a Saltillo, Torreón, Monclova".

Con el dinero generado por el queso y otros productos, como crema, Manuel abrió restaurantes y expendios con el queso, al que denominó "Norteño".

Antes de morir, llegaría a disfrutar de la bonanza que continuó uno de sus seis hijos, Víctor.

La prosperidad estaba asegurada para la familia en este pueblo, que a decir de historiadores y autoridades será el último de Apodaca en caer ante el ímpetu del progreso.

I

En los tiempos de Manuel, Agua Fría apenas figuraba en el mapa regional. Era una más de las haciendas de Apodaca, más antigua que el municipio, que data como villa de 1851, aunque sus primeros pobladores son de 1583.

Estaba, pues, aún lejos de ser lo que es hoy: un poblado donde destacan los anuncios de venta de quesos, empalmes, tamales y chorizo.

Por aquellos días, las cerca de 50 familias caminaban por entre el zacate banquetero de sus calles sin pavimentar, se bañaban en las aguas cristalinas del Río Pesquería y charlaban sentadas sobre troncos de mezquites.

Las jornadas en los establos eran largas. Había que descansar.

Mujer de mirada dura, pero sonrisa fácil, Angélica Treviño alcanzó a vivir esos días. Ella es la descendiente directa de aquellos pioneros del queso, hija de Víctor, nieta de Manuel.

"Desde que abrí los ojos...

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