El Borges eterno

AutorJosé Javier Villarreal

Hay lecturas que irrumpen de manera categórica en la vida cotidiana de sus lectores. Recuerdo cuando leí El Cerco de Lisboa, de José Saramago; por años me dio por usar corbata, así se tratara de la larga canícula o de nuestro crudo y breve invierno.

El centro de la ciudad, que corre por Padre Mier y topa con la Escuela Superior de Música y Danza, se me reveló misterioso y, hasta cierto punto, amenazador, cuando leía Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato. Cabe decir que ese sector de la Ciudad, con sus grandes y bellas casonas -hoy convertidas en oficinas y restaurantes-, sigue ejerciendo sobre mí un peso de seducción ambivalente.

Cuando leí Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi, me sometí a una dieta de omelet a las finas hierbas; mis niveles de colesterol obedecieron a mis preferencias literarias. La rugosa pared de mi recámara se cuadriculó en pequeños departamentos cuando leía La Vida Instrucciones de Uso, de Georges Perec. Mi casa desplegó espacios que nunca imaginé que tuviera. Luego, cuando leí El Astillero, de Juan Carlos Onetti, empecé a ver hombres que usaban sombrero; yo sabía -entre burlas y veras, para citar a Alfonso Reyes, como lo hace Borges en su relato "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius"- que se trataba de un inconsciente homenaje que le rendían al autor de La Vida Breve.

Es decir, mi relación con la literatura siempre se ha manifestado de una manera harto sensual. Acontecimientos que marcan e integran mi vida diaria. Ayer leía, en internet, que un investigador inglés sostiene que Ofelia, la de Hamlet, en realidad fue una prima de William Shakespeare que se suicidó y dio paso a la creación del personaje; un personaje, sobra decir, que nos pertenece a todos.

Un día, mientras leía maravillado los relatos que integran Una Belleza Rusa, de Vladimir Nabokov, alcé la vista y vi una taza de Barnes & Noble que me regaló Minerva Margarita en un viaje que hicimos a la frontera. En la taza aparecían muchos escritores de lengua inglesa, entre ellos el propio Nabokov con una gorra que empecé a desear, misma con la que aparece Joseph Brodsky en una fotografía junto a Marie José y Octavio Paz. Minerva, en un viaje que hizo a Canadá a leer poemas, me trajo la tan ansiada gorra y así pude leer Lolita, El Ojo y, sobre todo, esa delicia que es Ada o el Ardor.

Hasta aquí no he hablado de Borges, sólo lo he nombrado de manera muy superficial, y es el verdadero tema de este escrito.

Jorge Luis Borges, dice la leyenda, nació en la ciudad de Buenos...

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