Abel Hibert/ ¿Es benéfica la competencia?

AutorAbel Hibert

A partir de la crisis de 1982, nuestro país tuvo que replantear su modelo de desarrollo, no sólo económico, sino también político. Por décadas, México se había beneficiado de altas tasas de crecimiento económico, por lo que los modelos adoptados podían haber tenido un éxito relativo. Esta "prosperidad" fue suspendida brevemente durante la crisis económica de 1976.

El modelo económico de desarrollo seguido hasta principios de los 80 era principalmente sostener una estrategia de crecimiento basada hacia adentro, con elevado proteccionismo comercial y con una presencia importante de monopolios estatales, que dominaban la mayor parte de la actividad productiva.

Este sistema económico convivía con un sistema político que controlaba absolutamente todo y no daba margen a la competencia política. Las elecciones federales, estatales o municipales, al ser organizadas por el mismo gobierno, no dejaban de ser una farsa bien montada, donde se permitía la competencia política sólo para dar la apariencia de una democracia.

En estos esquemas lo que menos importaba era el consumidor o el ciudadano. En la parte económica tenía que conformarse con los productos caros y de muy mala calidad que le vendía la protegida industria mexicana. Esto, obviamente, impulsaba sólo al negocio del contrabando. En la parte política no importaba el desempeño de los gobernantes ni sus errores ni la corrupción que existía en el sistema. Al no existir competencia real, los ciudadanos no teníamos oportunidad de inconformarnos.

Al estallar la crisis de 1982, derivada principalmente de una crisis del sector externo y por un gran desbalance del sector fiscal, se tuvo la necesidad de replantear el modelo de desarrollo en dos vertientes importantes. La primera era obligar a la industria mexicana a ser competitiva y así allegarnos las divisas necesarias para cubrir nuestro desbalance externo, y lo primero que teníamos que hacer era despetrolizar a la economía, ya que, a principios de los 80, el 80 por ciento de nuestras exportaciones provenían del crudo y, de seguir por ese camino, nuestro país iba a estar expensas de las variaciones del precio del petróleo.

En ese momento fue una decisión muy atinada, sobre todo si tomamos en cuenta que, a principios de los 80, el precio del crudo andaba sobre los 30 dólares, y en 1986 llegó a cotizarse por debajo de los 8 dólares. Sin embargo, la gran decisión se dio hasta 1986, con la entrada de México al GATT, y en 1994 con la entrada en vigor del T...

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